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AVELINO VICTOR COUCEIRO.

 

PENITO
 
Penito era un niño como muy pocos: casi todo lo avergonzaba. Trabajo le costaba acercarse a mì,cada vez que me veia salir al portal para escribir y quedarme pensando largas horas, pluma en mano. Y èl,desde su cuarto en la casa de al lado, me espiaba, porque conocia mis costumbres. Asì, mientras yo me llenaba con cada puesta de sol o con la lluvia fresca, o incluso con algùn amanecer en que no habìa logrado conciliar el sueño, sòlo el conocia de sus vigilias tras sus persianas, como si apostara con sus muñecos acerca de lo que yo escribìa. Pero como todas las personas de extrema vergüenza, en ocasiones se armaba de valor y resultaba temible. Fue asi como una tarde, ensayando yo un personaje de teatro en base a mis ùltimos escritos, descubrì un eco que no me perdìa ni pie ni pisada, una mirada fija en lo mas profundo de mi alma que me hacia perder concentraciòn, lo cual resultaba harto extraño en mì. Y al volver halle sus ojos en el umbral de mi puerta, sus ojos grandes y vivos en cuya existencia yo jamàs habìa reparado, en medio de un rostro infantil tan rojo de vergüenza que se le erizaban los pelos de la cabeza, pero firme ante la sorprendida e inquisitiva expresiòn de mi mirada.
- " ¿Serà acaso el personaje que debe contestarme en escena?" - recuerdo que preguntè para mì.
Como todo artista que estudia la sociedad, yo buscaba por aquel entonces aislarme del mundo entre mis cuatro paredes del campo para poder crear. Mas a aquel curioso que con tanta admiraciòn seguia mis pasos uno por uno, yo no podia echarlo a la calle... Sin necesidad de eso ya estaba en los limites extremos de su pena, y pronto comprendì que su presencia, e incluso su di logo, oscilante entre la extrema medida y el màs indiscreto y agresivo desenfreno en sus arranques de altiva y posesiva honestidad, no constituian en lo absoluto un obstàculo a mi creatividad, sino que todo lo contrario, completaba mi mundo de forma tal con sus aciertos y desaciertos que mi inspiraciòn se sintiò màs capaz y fecunda que nunca, y me confiaba en si misma. Y no porque Penito me alentara directamente ni estimulara mi ego natural. En ocasiones subvaloraba hasta la nulidad mi talento artìstico y mis investigaciones sociales, y hasta llegaba a hacerme la competencia, por cierto que no lo hacia nada mal. Pero hasta eso para èl era un juego, y esforzandome yo en depurar mi estilo o el acabado estètico de mis obras, me hallaba de pronto cual juguete entre sus manos de niño y sòlo su sonrisa comprensiva e indulgente me salvaban de la desazòn, cuando me señalaba lo que màs le habìa gustado de mi obra del momento de esa forma creada entre los dos, lleno de un orgullo profesoral que a duras penas contenìa por una modestia facilmente reconocible en su parentezco con la vergüenza.
Todos los dias - y muchas noches - Penito se escapaba de su casa tan pronto tenia una oportunidad, y empezo a traer consigo una perra recien nacida en los alrededores que alguien habìa abandonado a su suerte, y que tuvo la fortuna de convertirse en nuestro tercer còmplice. Al principio, yo le daba la comida y le llenaba una latica de leche, y luego la obviaba, sin darme cuenta de que el pequeño cachoro se hartaba para quedar finalmente con la panza inflada patas arriba, las orejas paradas mirandome y la cola incontrolable, y fue Penito nuevamente quien me enseño que nuestra perrita no solamente era para cuidarla, sino adem s para compartir nuestras aventuras e incluso, nuestro arte y nuestras investigaciones sociales. Asì, pronto llegue a acostumbrarme a ver a Penito discutiendo con la perra sobre el empleo de los artìculos en un determinado poema o tratando de montar una nueva coreografìa para sus ejercicios de danza aerobia. Una vez tuve que ponerme a su altura, y contar seriamente con el animal en el guiòn que querìa escribir para una pelìcula.
Ni que decir tiene que cuando decidì llevar a Penito conmigo a la radio - y a la perra, por supuesto - para una entrevista que nos permitiera hacer gala de un di logo interesante y provechoso entre un adulto y un niño inmersos en la creaciòn artìstica, me hizo quedar mal, pues no se atreviò a pronunciar palabra cuando saliò al aire, y aquel niño - genio que yo querìa presentar sòlo contestando con resoplidos a mis preguntas, viendome obligado a comentar mis propias observaciones y transformar el pretendido di logo en un monòlogo. Ni siquiera la perra, tan inquieta de costumbre, dejò emitir un ladrido.
Claro,los padres de Penito toleraban esta relaciòn sin mucha simpatìa: para ellos yo era un loco inofensivo, y èl no era nada màs que un niño con una perra de cuya raza ademàs tenian dudas, para colmo. Yo lo veia bien diferente: para mi, Penito no era nada menos que un niño, con una verdadera amiga. Ellos nunca supieron leer como yo el genio que vislumbraba en sus dibujos y en su fino y agudo sentido del humor, en su disposiciòn y sensibilidad a las diversas artes y sobre todo, en su absoluta capacidad de amar, ocupados como estaban en su propio prestigio profesional, en sus oraciones de cada dìa y en las cosas del mercado y las tiendas.
Y una mañana Penito no llegò. Preocupado a mas no poder por la tarde, me asomè a su ventana y descubrì su casa sellada. Sus padres se habìan ido sorpresivamente, y por supuesto se lo habìan llevado a èl. Como siempre, no le habìan preguntado su opiniòn a la hora de marcharse ni mucho menos, y estoy seguro que para Penito fue una sorpresa tan desagradable como para mì, sobre todo cuando no le dieron ni tiempo para correr a avisarme para darme su nueva direcciòn, y a soñar juntos aunque fuera por ùltima vez. No le habian dejado ni el derecho a soñar por sì mismo, pero eso, bien lo sabemos, nunca podrìan quitarselo.
Allì en la carretera, estaba la perra, desde la mañana, mirando tal vez al punto preciso por donde se habia esfumado el carro que llevaba a Penito. Ese fue nuestro ùnico consuelo mutuo, y su ùltima prueba de valores. Con tal de no dejarme tan desorientado y abatido, Penito se sacrificò y se abstuvo de llevar consigo aquel ser que tanto amabamos ambos, para que entre la perra y yo, la soledad fuera mas pasajera. Fue entonces ella quien me ayudò, mirandome con su cabeza ladeada y sus ojos grandes y vivos, tal y como descubrì los de Penito aquella primera tarde en el umbral de mi puerta, esperandome para crear juntos mi pròxima obra; fue ella - bendita sea esa "niña" quien me ayudò a escribir estas memorias de aquel niño singular, mientras ambos esperamos aùn con la puerta abierta a que Penito se escape de donde quiera que estè, como siempre,y vuelva a nosotros para continuar labrando juntos entre los tres el infinito mundo de fantasìas y amor que nadie tiene derecho a truncar, ni siquiera nosotros.
Sus padres no lo entendieron, no lo consideraron nada màs que un niño y no le prestaron ojos ni oidos, pero Penito, que era todo un niño,lo sabe. Sòlo por eso pudo robarse mi corazòn que se llevò consigo, y con su avergonzada sinceridad habitual vendrà a restaurarmelo sin falta, para escribir entre los tres mi propio cuento.
 
TRUCO TIRAPIEDRAS
 Para Maykel y sus amiguitos,
sobre todo aquellos que aprenden cada dìa,
que cuando dejan de tirarpiedras,
crecen en el mundo de los buenos.
 
!Dale! !Tìrale!
Gritaron a su espalda. Truco se sentìa emocionado cada vez que encabezaba a los chiquillos del barrio, en las aventuras mas diversas. Corrìan por las calles y los parques tras èl toda una gama de criaturas, varones casi todos, cuya excitaciòn favorita era la que conocìan durante lo que llamaban "la cacerìa".
- Allì està, silencio... Que no espante a volar... Que no se vaya...
Segùn los dìas, se dedicaban a crucificar lagartijas, a echar a pelear perros entre sì en luchas encarnizadas, o a torturar gatos amarrados. Todo ello se lo habìan enseñado algunos mayores, aunque otros no lo aprueban. Ellos no entendìan por què, y todo dependìa de la vìctima que en ese momento le pasara por delante. Hallaban particular placer cuando apaleaban ratones, muy estimulados por varios adultos, que constantemente los invitaban a ello.
Pero en estos precisos momentos se entregaban a la difìcil tarea de tirarle piedras a los gorriones y otras aves similares, mientras corrìan jadeantes, por el cèsped, destruyendo jardines completos de flores distintas y arrancando pedazos de los àrboles, mientras provocaban la risa de alguna madre o hermano mayor por lo que llamaban "las travesuras del niño".
- !Ahora!!!
Truco soltò la piedra que habìa en su pequeña arma. Sin ver siquiera el recorrido que la misma hacìa mientras surcaba el aire, pudo percibir un golpe seco entre las ramas y algunas plumas que se desprendìan al aire; algo caìa al piso... Pero a Truco no le diò tiempo de verlo llegar a tierra.
Inesperadamente, un fuerte dolor le cruzò totalmente el pecho. Truco no podìa respirar, y rodò por el pavimento. Quiso pedir ayuda a sus compañeros de juego, que lejos de atenderlo continuaron gritando cada vez màs fervientemente, y corrìan hacia èl con un aire que a Truco, en vez de tranquilizarlo, lo llenò de terror.
- !Al fin! !Al fin! !Lo cogimos!
Espantado, Truco descubriò que estaba lleno de sangre. Apenas podìa moverse... Tenìa deseos de volar, pero el dolor en el pecho no le permitìa siquiera tomar el aire necesario a sus pulmones, y se ahogaba.
El pie de uno de sus amigos que corrìan se le afincò de un golpe sobre la misma columna vertebral, y el dolor que alcanzò el climax le arrancò làgrimas de sangre. Al momento recobrò todo el movimiento por el mismo dolor, y màs àgil que nunca, Truco se levantò a todo correr, intentando llegar primero que todos los demàs.
- ¿Què te pasa, tropezaste? - Le preguntò alguien.
Pero Truco no tenìa ahora m s que un pensamiento fijo, como si toda su vida dependiera de èl. Ya los niños mayorcitos, que habìan llegado primero, se agachaban con rostros frenèticos para recoger algo del piso... Sin embargo, en un gigantesco salto, Truco se lanzò a arrebatarles la presa herida.
!Es mìo! - gritò con tal firmeza, que todos se callaron al momento y un silencio inexpicable y profundo, como el vacìo, cambiò el curso de la vida de aquel parque. Al centro, Truco no sabìa què hacer; era el punto de atenciòn de todo el mundo: ahora estaba màs calmado, màs pensativo, aunque tambièn un poco nervioso. Entre las palmas de sus manos abiertas estaba el gorrioncito herido, pero vivo, que lo miraba en busca de protecciòn. El hueco de su mano se habìa convertido en nido perfecto para darle calor y cariño de vida a aquel pequeño ser emplumado, y Truco sintiò la fuerza nueva y singular de una gran alegrìa, una experiencia excitable que nunca antes habìa conocido en la vida y que lo hacìa por primera vez, inmensa y verdaderamente felìz.
- No, no es mìo- dijo a todos con voz màs suave, pero tambièn màs firme.
- Tù lo cazaste, Truco... Te pertenece, es tuyo...
- No, no es mìo. No es verdad que sea mìo. Pero tampoco es de ustedes. Nadie es de nadie, no se dan cuenta que no puede ser? Nadie pertenece a nadie...Ni nadie tiene derecho de atacar a nadie... Ahora siento mucha vergüenza de haberle tirado piedras, de haberle herido...De haber hecho tantas cosas que... sòlo ahora... Siento vergüenza...
A Truco se le trababan las palabras ahogado por el sollozo. Sentìa clavados en el alma los ojos del avecilla.
- No es mìo, y le he hecho daño. Por lo menos vive, menos mal que no lo matè. Y me lo voy a llevar para curarlo. Ustedes no vuelvan a buscarme nunca para estos juegos, nunca, nunca... Son juegos tontos y malos. Ni siquiera son juegos. Puedo seguir jugando con ustedes y seguir como jefe si quieren, pero no asì. Voy a hacer juegos nuevos, donde seremos los buenos de verdad, los que defienden animales asì de los niños y de los adultos,que los han perseguido,y cuidamos a los animales con hambre y frìo en la calle, y buscamos que curen a los que estàn enfermos y que no los maten los carros, no los dejamos que crucen con peligro, como dicen en trànsito. Voy a ser el jefe de la banda contraria ahora, me entienden? Hay muchos, muchos otros juegos que nos pueden divertir mucho, sin dañar a nadie, comprenden?
Dos o tres de los chicos que lo escuchaban, bajaron la cabeza avergonzados; otros soltaron los palos y los tirapiedras que tenìan en la mano, mientras dos de ellos salieron del cèsped e hicieron retroceder a una pareja de adultos que para atravesar el parque iban a caminar sobre toda el  rea verde, y mucho menos permitieron al hombre que arrancara flores para su compañera: cuando vieron que tenìa esa intenciòn, varios chicos màs se sumaron a los dos primeros para impedirlo. La pareja, molesta y sin entender, se fueron de mala gana por otro camino pavimentado. Una niña cerca secò sus ojos y retirò la lata que habìa amarrado a la cola de un pequeño perrito de la calle, al que prefiriò darle de sus galleticas que comìa y acariciarlo ahora con un poco màs de respeto y cariño, y sobre todo, con mucho cuidado, con delicadeza, como nunca antes habìa hecho. Otra niña rechazò la flor que la madre ya tenìa arrancada para ponerle en la cabeza; la madre, por supuesto, tampoco entendiò nada, y la acusò de"mal criada".
Ya los amiguitos de Maikel no recordaban con admiraciòn, si no con horror, a aquellos vecinos adultos que les ponìan a hervir agua para que lanzaran a los perros que pasaban por la calle y a los gatos, que maullan al anochecer con hambre.
Pero una señora de tez cobriza que lo habìa visto todo, pasò su mano con amor sobre la cabeza de Truco, que al retirarse del parque en silencio, pasaba por su lado.
Y desde la esquina y antes de desaparecer de vista, Truco se virò y gritò nuevamente, ya en la distancia, como para que lo oyeran todos:
- !Nos vemos mañana, para nuevos juegos! Ya les contarè còmo sigue el gorriòn. Los que quieran ayudarme a cuidarlo, como un nuevo juego, vayan por mi casa. !Ah, y ya tendrà un nombre entre nosotros! Se llamarà Truquito. Asì que ya saben... !los esperamos!
 
Domingo 21.6.1992.
12:00 del dìa a 1:45pm,
 
CINDRA
 
Mi amigo la comprendìa, la justificaba incluso, hasta cierto punto; yo, en verdad, no puedo.
Claro, èl nunca la aprobò tampoco. Pero sì la conocìa mejor que nadie, y decìa que habìa que ver en su corazòn para entenderla, que podìa llegàrsele a querer, o a tenerle làstima, segùn.
Porque Cindra era de pocas palabras, como toda serpiente, y su apariencia denotaba cierta malignidad, un algo misterioso que apenas pudièramos explicar. Pero dice el boabab que tambièn entre las serpientes podemos hallar los mayores contrastes.
Por supuesto, algo tuvo que inducirle a seleccionar el tronco de mi amigo entre tantos àrboles ajenos para enroscarse, y establecer allì su vida sedentaria. Algo, que le hacìa identificarse con el noble y desinteresado corazòn del boabab. No, no recuerdo jamàs que nadie haya contado que Cindra hubiera cometido ninguna fechorìa, nada sucio, ningùn crimen, excepto quizàs...
Fue viviendo en el boabab donde conociò aquella oruga que, como toda oruga, no era linda en lo absoluto, pero despertaba un profundo sentimiento de ternura, de ingenuidad, ,un candor especial que sòlo el alma podìa leer. Y entre tanta belleza que en el bosque criaba la Naturaleza, sòlo a la oruga Cindra miraba sin pestañear, horas y horas enteras, sin moverse, como si guardara el màs absoluto reposo, esperando por algo que definiera la vida. Cualquiera hubiera dicho que estaba pròxima a saltar sobre su vìctima, o sobre el futuro...
La oruga temblaba de pànico,con solo presentirla. Pensò que aquella mirada obsesiva, y peligrosa, clavada sobre sì como una amenaza constante, era peor que si la exterminara ya de una vez. Le aterrrorizaba cada atenciòn de la serpiente, que sin hablar ni dejar de mirarla sin la màs mìnima expresiòn, corrìa a alcanzarle el alimento o el agua, a protegerla del sol o de la lluvia, de cualquier enemigo... Cada capricho de su pensamiento lo complacìa Cindra al instante, sin que se lo pidiera, y eso la llenaba de horror, prejuiciada por su constante sombra sobre sì, y aquella apariencia diabòlica y mal afamada. Y para evitar los sufrimientos innecesarios, fue el mismo boabab quien le confesò que Cindra ya amaba, tal vez como nadie llegarìa a amarla jamàs, (lejos de ninguna mala intenciòn) tal vez como muy pocas veces se habìa conocido el amor.
La confianza de la oruga en la sabidurìa del boabab le hizo despejar un poco sus temores. Estaba dispuesta a conocer esos sentimientos, pero aùn algo en su propio instinto la refrenaba, y no se llegaba a establecer la debida comprensiòn que ùnicamente el tiempo puede lograr. Cindra era incapaz de expresarle todo lo que sentìa por temor a no saberlo hacer, y no hacìa màs que mirarla y mirarla dìa y noche, dejàndose balancear un poco, como si la sola esperanza la llevara al èxtasis del placer. Y la oruga, tìmida e inexperta, no sabìa tampoco còmo romper aquella barrera de hielo que se habìa establecido, hasta que un dìa, intentando obtener garantìa de aquel amor, decidiò de alguna forma, fuera cual fuera, determinar la situaciòn. No sabìa que esa forma era tan importante cuando de amor se trata, no sabìa que habìa que ajustarla a cada individuo segùn su caràcter, a cada pareja, que el amor no admite màs garantìas que su propia existencia, y que representaba el màs alto eslabòn de la necesidad del alma, demasiado sublime y delicado para determinarlo asì como asì de superficial, tan a la manera de los demàs. No entendiò al boabab cuando decìa que todabìa debìan comprenderse mucho màs antes de exigir mejores adaptaciones entre sì, pero valìa la pena esperar un poco, modificar los instintos formales...
- ¿De veras no quieres hacerme daño?
Nada respondìa el semblante de Cindra. Sòlo el boabab se dolìa con ella de que bastara su actitud callada pero honesta y constante, su mudo e inexpresivo cariño minuto a minuto. Sòlo reparaba en la confianza del àrbol, pero no en su intranquilidad con respeto al mètodo y con cierta simpleza irreparable osò espetar:
- Necesito que me demuestres francamente lo que sientes. Si de veras me amas, entrègame tu amor hoy mismo. Quiero sentir algo de ese amor tuyo. Aunque sea, àmame hoy por primera vez.
El boabab se estremeciò hasta la ùltima hoja; la oruga no habìa entendido nada. Aquel no era un amor del dìa, sino el amor, el ùnico y verdadero amor al que dedicaba la misma existencia. Tampoco Cindra podìa ajustar a su comprensiòn la medida exacta de aquella demostraciòn que le pedìa embargada de felicidad cuando por primera vez oyò a su amada oruga proposiciòn semejante. El baobab quiso temblar fuertemente para evitar el tràgico final de lo que podìa ser una relaciòn de ejemplar belleza, pero la simplicidad habìa desatado pasiones fuertemente arraigadas en toda la magnitud de su profundidad y nada podìa detener ahora las consencuencias. Sòlo en aquella oportunidad Cindra se sintiò feliz, rompiò incluso su frìvola apariencia y decidiò demostrar toda su ardiente vehemencia de la manera que mejor sabìa.
En el ùltimo instante la oruga presintiò el peligro, y tuvo miedo. Pero ya era demasiado tarde. Cindra la abrazaba fuertemente, tan fuerte como su corazòn latìa de dicha por aquella demostraciòn de amor tal y como se la habìan pedido, para no fracasar. Nada entendiò cuando al desenroscarse, la oruga no respondìa.
Nadie deseò saber nada màs de Cindra. Aquel hecho le propiciò el màs absoluto rechazo de todas las criaturas del bosque, y debo decir que el mìo tambièn. El triste final de la oruga me impide conmoverme con el boabab cuando me describìa que nadie rechazò tanto a Cindra, como la propia Cindra... y eso era lo m s terrible. Sòlo el boabab intentò darle  nima para seguir viviendo, pero Cindra estaba contra si misma. Sencillamente, no le interesaba vivir.
Sin hablar jamàs, quedò Cindra como siempre, frente al cuerpo yacente de
la oruga, sin dejar de mirarla ni por un instante. No sè, porque nadie la viò llorar en ningùn momento, dice el boabab que los ojos de las serpientes son demasiado frios para expresar los sentimientos de Cindra, pero por dentro... !Horror! No habìa cuadro màs infernal que el alma vacìa y torturada de Cindra contra sì misma, por la pèrdida del objeto de su vida.
Sin balancearse màs nunca, totalmente recostada sobre la rama, Cindra quedò como siempre, hasta que sus ojos dejaron de ver, sin cerrarse jamàs. En vano tratò el boabab de que probara bocado, de que se apegara a la vida, que todo habìa sido un problema de incomprensiòn, de falta de experiencia,y que no bastaba con querer tan intensamente, si no se sabìa amar aùn... Eso suele pagarse muy caro, y ya a Cindra no le quedaba instinto de supervivencia. Ya no habìa remedio.
Dice el boabab que nunca se pudo quebrar aquel sentimiento. Todavìa hoy dìa, ocultos por el espeso follage de mi amigo, yace la serpiente sobre una rama con sus pupilas dilatadas, fija en un cuerpo de oruga sin vida, pero impreso de amor.
Dice mi amigo que hubiera podido llegar mucho màs lejos, pero allì se mantiene al menos, como protagonista del amor que nunca muere. Sòlo el boabab interpreta asì esta historia, sòlo èl se ha percatado de que Cindra no sobreviviò a su amor. Y aunque no la aprueba, èl la comprende, la justifica incluso: yo, en verdad si que no puedo...No puedo.
 
4:45am 2-3-1987
 
EL ETERNO AMOR DE LA LUNA NUESTRA
 
Tan pronto naciò abriò sus ojos al Universo, admirò su infinito, buscò su procedencia y, decidida como era, seleccionò de inmediato el objeto a entregar su amor, sincera y profundamente extasiada. Era asì, no le interesaban las experimentos y, convencida de que el planeta de donde procedìa era capaz de satisfacer todo lo que necesitaba en su vida, decidiò consagrarle por siempre su màs honda pasiòn.
Tanto amò a la tierra, pero tanto, que sòlo podìa girar en el espacio alrededor de su bien amado, sin poder jamàs darle la espalda. Pero algo comenzò a contrariarla muy seriamente: a pesar de su dedicaciòn, no recibìa en lo absoluto respuesta. Y esto le produjo un intenso dolor para el que no hallaba consuelo ni mucho menos, remedio. Desesperada, la Luna comprendìa que la tierra que tanto admiraba, a su vez, se encandilaba hasta la vista del sol, al que adoraba tan fervientemente que sòlo podìa girar en el espacio a su alrededor, de la misma forma en que aparentemente ignorante, recibìa el callado y ferviente amor de la Luna, que quedaba sumida en la màs absoluta desolaciòn, sintièndose despechada por ese sol que sin embargo, erraba orgulloso el Universo,irradiando indistintamente a unos y otros.
Pero la amada sin lugar a dudas. Asumiò sus propios sentimientos e,incapàz de renegar de ellos, mantuvo alimentando lo màs hermoso de su exitencia. Y presta al menor detalle del objeto que amaba, llegò a descubrir en cierta ocasiòn y presa de terror que se acercaba a un grado de aproximaciòn tan peligroso entre su adorada y el sol, que pronto la tierra se quemarìa por los rayos del sabio y astro rey quien, apenas sin darse cuenta, asì la amenazaba. No lo pensò dos veces, y siguiendo sus màs naturales instintos como siempre, interpuso su propio cuerpo a las quemaduras, beneficiando con su sombra a la tierra amada.
Asì evitò las posibles quemaduras perjudiciales, sobre aquella que amaba sin que nunca le hubiese demostrado la menor atenciòn. No esperaba ya en ese momento ninguna reacciòn, por supuesto, ninguna recompensa: no se daba cuenta que la tierra, aunque giraba alrededor del Sol como siempre, jamàs se separaba tampoco de su presencia, mucho màs cercana e ìntima. Nunca.
Sòlo comenzò a comprenderlo felìz cuando de su objeto amado recibiò las primeras visitas, y solo entonces conociò tanto mundo de leyendas y fantasìas que la tierra habìa tejido por milenios de paciente amor, para regalarle un dìa.
 
Domingo 12/11/1990 7:04pm